¡Hola! mi nombre es Rosi, tengo 31 años, soy mamá de una niña de 2 años, María y estamos en la espera de nuestra segunda niña, Inés. Me casé hace 3 años con el amor de mi vida y juntos hemos realizado nuestra familia que siempre soñamos.
Soy maestra de educación física en nivel preescolar y amo mi trabajo, cuando nació María dejé de ejercer durante 1 año por decisión propia para dedicarme a mi hija, marido y mi casa. Después de 8 meses me di cuenta que no nací para quedarme en casa, admiro de sobremanera a quienes lo hacen porque es un trabajo muy pesado y cero remunerado y a veces no es reconocido, al año de María regresé a trabajar y ella entró a la guardería, era y sigue siendo lo que me daba paz.
Pero enfocándome en el título de este post hablaré de mi experiencia, cuando María nació todo marchaba perfectamente, nunca notamos nada raro en ella, teníamos todo en regla, vacunas y visitas al pediatra. Cuando maría tenía 6 meses aún no lograba sentarse sin apoyo, la pediatra nos indicó esperar una semana más para iniciar AC, y al mismo tiempo nos envió a casa con ejercicios de estimulación y así lo hicimos, nos asesoramos con una experta en el tema e iniciamos AC, y cada noche hacíamos los ejercicios que nos indicó, María comía todo lo que le presentáramos y estábamos felices, a ella no le encantaban los ejercicios y lo sabíamos porque lloraba mucho cuando se los realizábamos, pero no dejamos de hacerlos.
Al cumplir 7 meses la doctora nos dijo que María no tenía habilidades que debía tener para su edad, como los son el rodado, ella no se giraba, siempre estaba boca arriba, no toleraba el tummy time y se notaba algo “rígida” con ciertos movimientos, y no tenía algunos reflejos, nos sugirió ir con un especialista para que la valorara y descartar algún problema, en ese momento me cayó con balde de agua fría, pensar que mi hija podría tener algo malo, no podía creerlo. A la semana ya estábamos con el especialista y los estudios que nos había mandado, María tiene “retraso en su desarrollo psicomotor”, se descartó daño neuronal y displasia de cadera, pero yo me sentía mala mamá, no sabía si era mi culpa, o por qué pasó, el médico nos mandó a terapias e inmediatamente empezamos, a la quinta sesión llegó la pandemia y suspendieron todos los servicios, no sabía si estar tranquila o preocuparme, María no disfrutaba las terapias, duraban 1 hora y era una hora de llanto y yo con impotencia y un nudo en la garganta. Duramos 2 meses esperando a que reanudaran actividades, cosa que jamás pasó, contratamos a una terapeuta a domicilio porque no queríamos dejarlo de lado, ya que pasaba el tiempo y las habilidades y reflejos de mi hija seguían sin aparecer. Duramos 3 meses en terapias a domicilio todo iba bien, veíamos poco avance, pero eso nos tranquilizaba, para este momento yo ya veía cosas que no era “normal”, ella dejó de aceptar alimentos y yo pensaba que era la crisis de los 12 meses, se asustaba muy fácil con ruidos sorpresivos, no toleraba que le untara crema, se ponía muy irritable con cierta ropa, pero nunca pensé nada malo ya que iba avanzando bien en el desarrollo físico, o eso creía yo.
María empezó a desplazarse a los 15 meses y eso nos entusiasmaba, en esos momentos yo empecé a investigar más y a prepararme para ayudarla, decidimos terminar las terapias a domicilio porque hubo algo que no nos latió, empecé a hacer talleres y cursos de desarrollo infantil y me di cuenta que mi hija necesitaba algo más, gracias a ese nuevo conocimiento logró ponerse en cuatro puntos un mes después, por supuesto lloré de emoción, un mes más y ya estaba gateando por toda la casa, después de unas semanas empecé a estimular la marcha con lo poco que había aprendido, pero no había resultados, cuando María cumplió 18 meses sabía que necesitaba algo más que yo no podía dárselo, ya había llegado al tiempo límite para caminar y ni siquiera se levantaba con apoyo, a los 19 meses conocimos a su terapeuta actual y me atrevería a decir que gracias a ella vi una luz al final del túnel, en la sesión de valoración nos dijo algo que NADIE nos había dicho, María tenía “hipersensibilidad” al principio no entendí nada, pero nos explicó que por esta razón María no aceptaba ciertas texturas en los alimentos, me hizo pensar en lo poco que comía y todo era la misma textura, suave, en ese momento entendí por qué no le gustaba que le untara crema, tampoco toleraba el tummy time y un sinfín de situaciones que yo ya había visto. Ella nos explicó que las terapias que ella necesitaba eran sensoriales, para ayudarla a desensibilizar esa parte.
Honestamente me precipité y empecé a buscar más información, dentro de mi formación como docente he tenido capacitaciones ya que trabajo en una escuela inclusiva, confieso que me dio miedo pensar que mi hija pudiera tener autismo, yo conocía la condición muy poco ya que he trabajado con niños con este trastorno, investigué y leí hasta el cansancio pero sabía que solo un especialista me sabría dar una respuesta, platiqué con Caro, su terapeuta y me recomendó una paidopsiquiatra.
Fuimos a consulta y después de presentarnos y comentarle lo que yo creía, vio a mi hija y dijo “esa niña no tiene autismo”, fue como si me hubieran quitado un costal de media tonelada de mis hombros, no porque no quisiera una hija con esa condición sino porque había leído tanto que me sugestioné de más, después de eso, le hizo el tamiz y todo salió muy bien, mi hija no estaba dentro de la media pero estaba bien.
María en ese momento tenía “Alteración de la integración sensorial”, que básicamente es que su cerebro no procesa correctamente la información que recibe del medio, ahí se respondieron todas las preguntas que me había hecho meses antes, ahora entendía por qué lloraba al untarle crema, por qué nunca toleró el tummy time, y hasta el porqué de su rechazo a los alimentos, salí feliz de ese consultorio con muchas cosas en mi cabeza, ahora sabía cómo ayudar a mi hija, y no estaba sola, tenía a mi esposo que jamás me juzgó cada que yo le decía que sospechaba algo, y por supuesto a Caro que era la indicada para atender a mi hija, después de un mes de terapias María por fin caminó, jamás olvidaré ese 17 de abril, claro, en ese momento aún faltaba mucho por hacer, ella no caminaba descalza en el pasto, no le gustaba llenarse las manos de nada, seguimos con sus terapias y en poco tiempo vimos resultados increíbles, yo no me imaginaba que mi hija estuviera haciendo cosas que antes ni en sueños la veía hacer.
Ahora a sus 2 años recién cumplidos María es una niña súper independiente, come muchas cosas que antes no, ahora ama que le ponga crema y me pide que se la unte en la espalda, se deja abrazar, lo que más disfruta ahora es caminar y acostarse en el pasto, y yo disfruto demasiado verla hacer cosas que antes creía que jamás haría.
Hoy sé que he hecho lo mejor para mi hija, y lo seguiré haciendo, también que sé para ella siempre seré la mejor mamá.