Negociando con terroristas

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Hay veces que dan ganas de sacudir a los niños cuando hacen berrinche o alguna grosería. ¡No se hagan! Sé que no soy la única que de repente aprieta la mandíbula para aguantarse las ganas de gritarles “¡Ya no más, carajo!”, especialmente si te piden las cosas con el peor modo o lloriquean por cualquier cosa en lugar de expresar de manera fuerte y clara lo que necesitan.

Crecí con una madre autoritaria, quien no dudaba en usar el castigo físico para poner un alto al comportamiento que no le pareciera, sin importar lo que sus hijos estuvieran sintiendo o pensando. Sin embargo, desde chica decidí que yo no quería repetir ese patrón. Si bien sí me considero una mamá estricta, no soy autoritaria. Me gusta enseñarles a mis hijos a alzar la voz para defender sus ideas y aprender a negociar. Pero aún así, a veces, me cacho apretando la mandíbula porque pierdo la paciencia y no me siento capaz de “negociar con terroristas”.

Para nada me siento la mejor mamá y sé que estoy lejísimos de eso. Me he arrepentido de miles de cosas que les he dicho a mis hijos mientras estoy enojada. Pero he descubierto un truquito que me ayuda a frenarme cuando estoy a punto de perder el cool. Y justo es lo que quiero compartirles.

Lo que hago es, cuando ya perdí la paciencia y siento que exploto, me pregunto: “¿Permitiría que alguien me hablara a mí de esa forma?” Si la respuesta es NO, es momento de respirar profundo y cambiar el discurso.

Vivir haciéndome esta pregunta y tratar a mis chamacos como me gustaría que me trataran a mí es un cambio sencillo pero tiene un gran impacto en la crianza de mis hijos. No quiere decir que se salen con la suya porque ya no les digo nada, pero ahora me obligo a usar palabras amables mientras escucho sus puntos de vista y me aseguro de que mis decisiones se basen en la compasión, empatía y respeto.

En lugar de gritar algo de lo que me voy a arrepentir, busco conectar con mis hijos y encontrar la necesidad que no está siendo cubierta cuando hacen berrinches o groserías. Después, negociamos hasta encontrar una alternativa que nos funcione a ambas partes. De esta forma no sólo aprenden a negociar, sino también aprenden que sus emociones son importantes y deben ser escuchadas y validadas por todos.

Para nada crean que me inventé esto. De hecho, estoy segura de que tanto ustedes como yo lo hemos dicho a los niños: “si a ti no te gustaría que te trataran así, tú tampoco lo hagas”. Sin embargo a veces se nos olvida aplicarlo en nuestra labor de mamás porque a nosotras también se nos desbordan las emociones.

No crean que ya me sale a la perfección. Parte de ser humanos es tener que lidiar con ese impulso que surge cuando nuestras emociones son demasiado grandes. Esto es algo que me sigue costando trabajo hacer y no siempre me sale. Pero cada vez que lo logro, siento una satisfacción enorme y veo en mis chamaquitos una cara de orgullo y tranquilidad porque fueron escuchados y pudieron negociar algo con lo que todos estamos en paz. Y ahí… ahí es donde te das cuenta de que valió la pena.

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