«¡Si me hubiera enterado que tenías planes de embarazarte, jamás te hubiera dado ese trabajo!»
Estas fueron las palabras que me recibieron de regreso de mi incapacidad por maternidad, ¿cruel no? Pero bueno, fue el inicio de una de las lecciones más grandes que me ha dado la maternidad.
Me llamo Aída, tengo 26 años y soy de la CDMX. Soy contadora por profesión, emprendedora por decisión, mamá de gemelos y esposa.
Todas tenemos una historia diferente en cuanto a nuestra maternidad, en mi caso quede embarazada en 2017 de forma sorpresiva para ser sincera, meses después de graduarme de la universidad y de conseguir un trabajo por el cual me había esforzado tanto. Había llegado dirigir un área a la que ninguna mujer había dirigido. Mi trabajo implicaba retos diarios, desveladas y viajes, fue entonces cuando me entere de mi embarazo. Algo que había anhelado muchísimo y que hacía que mi año no pudiera ser mejor.
Las primeras semanas fueron cansadas, las náuseas, vómitos y mareos no me dejaban en paz, sin embargo yo trataba de continuar mi vida de la forma más normal posible. Al inicio, mi falta de experiencia me hizo aferrarme a la idea de que sin importar nada, yo seguiría trabajando durante mi embarazo y ya como mamá.
No siendo suficiente la sorpresa de mi embarazo, en mi segunda cita de chequeo me entere que estaba embarazada de dos bebés, lo cual reafirmo mi decisión de que yo iba a continuar trabajando después de que nacieran mis bebés, no solo por un tema de preferencias, si no que venía acompañada de una carga económica, pues los gastos serían mayores.
Al llegar a mi semana 14 decidí enfrentarme al momento de avisar a mi jefa que estaba embarazada, su reacción inmediata fue de susto, sorpresa y ahora que lo veo en retrospectiva, también de angustia. En esa conversación solo me pregunto cuáles eran mis planes y yo le confirmé que seguiría trabajando durante y después de mi embarazo. Los meses pasaron y yo seguí tratando de dar mi mejor esfuerzo, sin pensar, puse mi trabajo muchas veces como prioridad, independientemente de lo que mi médico y mi familia me aconsejaba. Realmente me sentía como una mujer maravilla que podía con todo. Mi actitud siempre fue positiva, le veía el lado bueno a todo, disfrutaba hasta mis malestares, y sonreía ante casi cualquier situación. Mi fuente se rompió 3 semanas antes de lo previsto e irónicamente horas antes de que mis bebés nacieran yo estaba trabajando. Tan irresponsable cuando lo veo hacía atrás…
De mi jefa recibí solo un whatsapp con un «felicidades» el día que nacieron mis hijos, quizá ese era una señal para lo que se avecinaba.
Fue hasta que regrese a mi trabajo cuando me enfrente a lo que era un reto realmente, llegue a un lugar donde mi oficina estaba ocupada por alguien más, mis cosas personales hechas a un lado y todas las expectativas previas tiradas a la basura, un golpe emocional durísimo.
Claro, todo tenía que tener una explicación y ese fue mi mantra todo el camino a la oficina de mi jefa. Al llegar solo confirme mis miedos, cuando me dijo que yo ya no podía tener ese puesto, pues no era un puesto para «mamás» por la responsabilidad que implicaba, era un puesto en donde tenías que pensar «en estrategia y no en pañales» y claro ¿qué iba a hacer si mi hijo se enfermaba? Además, yo era mamá de gemelos y en la perspectiva de mi jefa, yo todavía no sabía lo que eso significaba.
Ese día se rompieron muchas cosas dentro de mí, y dejando de lado todos los aspectos legales que implicaba la situación, la carga emocional fue excesiva. Simplemente no sabía qué hacer. Estaba tan convencida en mi embarazo de la continuidad de mi trabajo, de mi estabilidad económica, de mi futuro profesional, que por 5 minutos me sentí perdida.
No voy a negar que llore un par de horas, pero fue entonces cuando me di cuenta del gran favor que me había hecho mi jefa, y de la lección de tan grande que estaba por aprender. La maternidad depende del cristal con el que la miras. Claro, en un momento emocional todo estaba mal, habían fallado mis planes, mis expectativas, mi paz. En la parte racional, estaba consciente de que era una injusticia, un abuso, una falta de respeto.
Después de llorar horas y platicar con mi esposo tome la decisión de cambiarme el chip, claramente no fue inmediato, pero hice un esfuerzo consciente de ver si había algo rescatable de la situación, y si, basto levantarme de mi cama e ir al cuarto de mi bebés darme cuenta de todo lo bueno que estaba por venir. En cuestión de minutos me di cuenta de lo bueno que sería no perderme nada de su vida, estar en cada logro, en cada paso, en cada nueva palabra, ver sus «primeras veces» de todo.
Claro que no fue algo fácil, pero me convencí del poder de la mente, de la presencia de Dios, tuve un cambio de perspectiva personal, algo así como una cachetada, de esas que a veces te da la vida.
Mi rol de mamá es más mucho más importante que cualquier otra cosa, y mis planes, no eran realmente mis planes, porque cuando te conviertes en mamá, la dependencia, la planeación y los horarios no se controlan solamente por ti.
Con una mala situación confirme que cada decisión implica una renuncia, voluntaria o involuntaria, y que más que lo que va sucediendo día a día es tu actitud lo que cambia la forma en la que son las cosas. Ese cristal en nuestro ojos que hace que sean de una o de otra forma, algo que parece un obstáculo es una oportunidad, y un tropiezo un aprendizaje.
No es algo fácil, y no es la solución a los problemas, pero si es un diferenciador a la hora de pasar por una situación difícil, hacer un esfuerzo consiente para ver todo lo que puedes rescatar y no solo lo que perdiste, ¿lo intentamos?.